Su inmensa belleza parecía haberla condenado a morir en las feroces fauces del monstruo marino Cetus. No alcanzaba a recordar en qué momento su destino de felicidad se truncó en pesadilla contándose como se hallaba entre “la más bella de los mortales”. Se negaba a creer los rumores que corrían por Filistia que la vanagloria y arrogancia de su madre Casiopea fueran la causa del enojo de Posidón, que instado por sus hijas las bellísimas Ninfas, las llamadas Nereidas, hubiera mandado el diluvio que azotaba su región.
Lo que no alcanzaba a entender es que el mismísimo Oráculo de Amón, la hubiera convertido en chivo expiatorio de la condena de su pueblo. Aunque bien mirado si sucedía un milagro, si un héroe la salvaba, además de conservar su propia vida y la de sus congéneres, sería desposada. Pero, eso ¿qué le importaba a Andrómeda?. Ahora, en este mismo instante estaba encadenada a una roca esperando una muerte segura.
Y fue en ese mismo instante que a escasas leguas marinas y a unos pocos más pies de altura Perseo surcaba los cielos a lomos del caballo alado Pegasus. Guiado y armado por los dioses Atenea, Hernes y Hades había conseguido cortar de una sola vez la cabeza de la Gorgona Medusa que llevaba a buen recaudo en el zurrón mágico para que no pudiera convertir a nadie más en piedra con su oscura mirada.
Con esta heroicidad sería buen merecedor de un puesto en el corazón de su benefactor Polidectes, llevándole el regalo de boda con su futura esposa Hipodamía, hija de Pélope. Aunque en su más fuero interno sospechaba que el rey de la isla de Sérifos miraba a su madre Dánae de la forma que se miran aquellos que saben que siempre estarán anclados a esa persona. Lo venía observando desde el mismo día que aparecieron encerrados en el arcón a la deriva en la playa de los dominios de Polidectes.
Perdido entre estos líos de las intuiciones que el corazón abriga se encontraba Perseo de regreso a casa cuando oyó el grito más descarnado, desesperado y a la vez melódico que jamás sus oídos habían oído. Dirigió su mirada al océano, centró su atención al mismísimo lugar donde se originaba esa voz que pedía auxilio. Y al fin, logró vislumbrar entre la tupida bruma de la mañana unas rocas en medio de la inmensidad marina. Era de ahí mismo que surgía la voz a buen seguro.
Acariciando las crines del bueno de Pegasus le indicó que descendiera con urgencia.
Hacía la voz que pedía auxilio se dirigía el más fiero y sanguinario monstruo femenino que se contaba entre las huestes del dios de las aguas. ¿Qué tendría que ver Posidón en todo esto?_pensó Perseo.
En el descenso Persero fue preparando su estrategia. Contaba con las mágicas armas proporcionadas por los mismísimos dioses. El escudo brillantemente pulido por la diosa de la sabiduría, de la guerra, del conocimiento y de las artes, ¡la más grande! Atenea. La irrompible hoz que el heraldo de los dioses, Hermes, le había entregado y con la que había seccionado de una vez la cabeza de la Medusa. Completando este perfecto escudo, su cabeza la cubría el oscuro yelmo de Hades con el que no podía ser visto y las sandalias aladas de las tres Grayas que le proporcionarían un acertado acercamiento a la bestia cuando desmontara de su querido amigo alado.
Gracias a la velocidad de Pegasus la bajada fue tan fugaz como la navegación de Cetus que además no percibió lo que se le venía del cielo. Justo a tiempo, en el momento en el que el monstruo abría sus fauces para engullir a la mujer encadenada a las rocas Perseo, todavía a lomos de su corcel, colisionó frontalmente con el animal.
Ambos salieron despedidos en dirección contraria y todavía aturdidos comenzaron a luchar. En el choque el héroe Perseo había perdido el yelmo de Hades y ahora ya podía ser visto. Las armas de los dioses no parecía suficientes y la batalla se definía en desigual enfrentamiento. Atenea que contemplaba la batalla desde las alturas le grita a Perseo.
- – Lo que en su tiempo pudo ser tu muerte, ahora te dará la vida y te hará vencedor.
Perseo no llegaba a comprender que le quería decir la diosa de las diosas. Entonces cayó en la cuenta, tenía la victoria en sus propias manos. Abrió el zurrón mágico donde guardara la cabeza de la Medusa, volvió su cabeza para evitar el contacto visual y la sacó sosteniéndola de su larga melena. Entonces puso frente a frente los ojos de Medusa y de la bestia que inmediatamente quedó convertida en piedra.
De pronto, se hizo el silencio. La calma que a la tempestad sigue y al fin ese sonido armónico de auxilio se torna en sollozo, lamento contenido, llanto de dicha herida.
El héroe Perseo guardó la cabeza de Medusa, tomo tierra valiéndose de sus sandalias aladas justo a ras de esa voz que allí le había llevado. Frente a él, una mujer encadenada a una roca por las muñecas asida y presa. Las cadenas sostenían con dureza los brazos completamente estirados hacia arriba. Con suaves gasas vestida, descalza sobre las rocas y su larga melena caía por su descolgada cabeza cubriendo su rostro. Un hondo suspiro para recuperar el aliento y la dama la cabeza eleva.
Entonces sus miradas se clavan, se funden y no pueden dejar de ser instante de amor pleno. Veloz Perseo y a golpe de la hoz de Hermes revienta las cadenas y libera a la bella dama. La recoge entre sus abrazos, salvándola del desmayo, la ase fuerte, protector… es su héroe, su salvador y ahora su dueño.
De no ser por la necesidad de recuperar el aliento nunca hubiera osado sin permiso de una mujer besar unos labios, los más tiernos y vírgenes jamás saboreados. Un atrevimiento que sin duda salvó su vida llenando de oxígeno sus pulmones y trayendo de nuevo a su existencia a la bellísima Andrómeda.
Tras el largo beso los dos cayeron en la arena de la playa y se fundieron en un largo y reparador sueño. Al despertar, despacito entre caricias y arrumacos pudieron contemplar frente a ellos y en medio del mar la escultura de piedra de Cetus, la perdedora de la batalla que pagó con su vida la lucha.
- – Bella dama, ¿cómo os llamáis?
- – Andrómeda, me llaman.
- – ¿Quién os hizo presa? ¿Quién osó poner tal belleza para ser devorada en las fauces de tal bestia que ahora contemplamos pétrea? ¡Gracias a los dioses!_gritaba Perseo mientras levantaba la hoz en alto.
- – El Oráculo de Omán habló a mis padres. Solo mi sacrificio salvaría a mi pueblo del diluvio enviado por Posidón. Sus hijas, las ninfas del mar pidieron el castigo a mi pueblo por la arrogancia de mi madre que decía ser la más la bella, incluso más que ellas. Ahora lo veo claro. Tras asolar mis tierras de Filistia solo mi sacrificio ante este monstruo marino podría salvarles. Y aún osáis gritar un ¡Gracias a los dioses!, cuando ha sido la propia deidad de las aguas por la que casi muero.
- – Amada Andrómeda. Yo, Perseo te digo que los dioses nos sonríen y que no es todo cómo parece. Mi hazaña será contada también desde los designios de un oráculo. En tiempos atrás, Acrisio, rey de Argos tomó como esposa a Aganipe, del fruto de su amor nació mi madre Dánae. Y fue mi abuelo que consultó al oráculo que habría de hacer para procrear hijo varón. Este contestó “No tendrás hijos, y tu nieto te matará”. Fue entonces que el rey, mi abuelo hoy por hoy, por temor a que se cumpliera esa profecía encarceló a mi madre en una celda con puertas de bronce bien custodiada por terribles perros salvajes para evitar que engendrara barón que acabara con su vida.
- – Fue el dios de dioses, Zeus que cayó prendado de la belleza de mi madre e hizo que me engendrara mandando una lluvia de oro que la cubrió de la cabeza a los pies. El mismo día de mi nacimiento, Acrisio encolerizado y aterrado porque el cruel destino dictado por el oráculo me encerró con mi madre en un baúl y nos lanzó al mar a la deriva.
El destino quiso que fuéramos a dar a la isla de Sérifos sanos y salvos, un pescador nos halló y el mismísimo rey de la isla llamado Polidectes nos hizo sus huéspedes y me ha aceptado en su casa como si fuera su propio hijo y como tal vengo de conseguirle el mejor regalo para su boda con Hipodamia, hija de Pélope. Desposeído de todo mi patrimonio y bienes me ofrecieron la oportunidad de cumplir un épica misión: lograr “la cabeza de la Gorgona Medusa”. La misma que corté de una vez con la Hoz de Hermes y que de vuelta a casa ha salvado a mi bella amada. ¡Loados sean los dioses! Ellos me dotaron de todas las armas que han logrado el éxito de esta gran empresa.
- – ¡Oh Perseo!, hijo de un dios y una mortal, tu eres mi héroe y me habrás de desposar al llegar a Filistia, ya que mis padres, Cefeo y Casiopea así lo han comprometido a aquel que mi vida salvara. ¡Eres mi bien amado héroe!. ¿Me tomarás como esposa?.
- – ¡Partamos pues hacia tu destino que desde este instante es el mío!.
Perseo tomo en brazos a Andrómeda. Suspendido por sus sandalias mágicas subió a lomos de Pegasus que loco de contento batió sus alas con los amantes subidos a su lomo que se perdían en besos de amor eterno mientras el trayecto.
Llegaron al amanecer del día siguiente y encontraron la isla y sus habitantes aún entre sueños de Morfeo. Perseo, en la mano diestra portaba el zurrón mágico con la cabeza de Medusa y en la siniestra, la del corazón, a su amada Andrómeda. Nervioso y con ganas de contar la buenas nuevas a su madre, ¡cuál no fue su sorpresa!. Tras mucho buscar por la isla la encontró escondida en un templo. Su misión, no era un regalo de boda, era el plan urdido por Polidectes para quitarse de en medio al molesto hijo de la que en verdad pretendía poseer: Dánae.
Al comprender el engaño, abrazó a su madre que lloraba desconsolada y le decía que Polidectes quería obligarla a casarse con él, y… que tras negarse se vio obligada a guarecerse al amparo del templo. Perseo montó en cólera, dejó a Andrómeda con su madre a buen recaudo y tomando el zurrón con la cabeza de Medusa cumplió venganza convirtiendo en piedra a todo cortesano que encontraba a su paso en el palacio real y hasta al propio Rey del cual sufrió el escarnio.
El pueblo viéndose libre del tirano quisieron nombrar al héroe rey de Sérifos, pero no aceptó poniendo en su lugar al pescador que salvó a su madre y el mismo cuando llegaran encerrados en el baúl a la isla.
De la misma manera acabó la madre de Andrómeda, Casiopea. Que habiendo prometido entregar a su hija en matrimonio a aquel que la salvara no cumplió su promesa. Perseo, acabó con su vida convirtiéndola en piedra a ella y todos los que trataban de impedir consumar su unión.
Las bodas de Perseo y Andrómeda se celebraron cual ceremonia real, un semidios y una mortal unían sus vidas para siempre. El héroe, como se nombrara a los semidioses poseía parte de las cualidades divinas de su dios padre Zeus; fortaleza y energía extraordinarias, podía cruzar el umbral de la vida y la muerte y así regresar sin daño. Y así de esta guisa regresa Perseo y Andrómeda a Grecia.
Y fue que el destino habría de cumplirse hasta el final y estando Perseo compitiendo en unos Juegos en la disciplina de atletismo, lanzó el disco. El hado quiso que la premonición del Oráculo culminará en verdad. El proyectil tomó de pronto una trayectoria incomprensible y acabó entre el público hiriendo de muerte a Acriso, el padre de su madre, su abuelo. El oráculo acertó de pleno: “No tendrás hijos, y tu nieto te matará”.
Y así está escrito en las estrellas, que Zeus, padre de Perseo, colocó en el cielo en forma también de constelación a Cefeo y Casiopea por su traición y su arrogancia. Y fue, Posidón que puso la imagen de la reina de tal manera, que según la estación al derecho o revés se la viera; ridiculizando así a aquella que había osado creerse más bella que las Nereidas.
Las constelaciones de Perseo y Andrómeda juntas en el cielo pegadas al fiel Pegaso, querido amigo alado. También ordenó la diosa Atenea que el monstruo marino Cetus, convertido en piedra, estuviera allí para servir de lección a los mortales que la adversidad en dicha se convierte, que nada es nunca lo que parece.
Y también quisieron los dioses crear un espectáculo de luces, cometas y estrellas; y lo llamaron la “Gran noche de las Perseidas”. Así todos los años al mediar el solsticio de verano el vuelo fugaz de las Perseidas alumbra la oscuridad de la noche con sus estelas de polvo mágico estelar para celebrar esta brillante historia de primer amor que permanecerá eternamente escrita en el Universo.