El relato de una buena amiga mía, Paloma, para más señas. Desde que tengo memoria siempre he recordado a mi madre insistiéndome en que no se debía pedir, que aquellos que te podían dar algo sabían que quería sin necesidad de que yo lo reclamara; y así fue como me crié.
Cuando contaba dieciocho años, y con este tipo de educación a mis espaldas, decidí pasar la barrera y en un alarde de valor hice una petición que tuvo serias consecuencias y que paso a relatarte.
Había salido a dar una vuelta con unos amigos, concretamente con mi amiga y mi mejor amigo. Nos encontramos con el hermano de éste que venía de la facultad de recoger su dibujo de ingreso en la escuela de bellas artes de San Fernando. Iba pletórico pues no sólo había conseguido entrar en la facultad, sino además hacerlo con el número uno. Y allí estaba, enseñándonos su dibujo con todo el orgullo del mundo. Los tres vanagloriamos la mancha, que así se llama a esa disciplina en la que las formas se representan sólo con carboncillo.
Mi amiga dijo que le parecía impresionante, y el hermano de mi amigo, ni corto ni perezoso va y la dice que se lo regala.
En ese momento, por suerte, no me acordé de las enseñanzas que me habían dado mi familia y, armándome de valor, le dije:
-Eso no es justo, si te quieres desprender de tu dibujo, creo que somos tres los que estaríamos encantados de poder conservarlo.
Automáticamente, el hermano de mi amigo recuperó el dibujo de las manos de mi amiga y dijo
-Tiene razón tu amiga. Voy a sortearlo. Dí un número…. Lástima, no has acertado.
Y dirigiéndose a mí… la misma historia
-Di tú ahora.
-El 2
-Acertaste, para ti es.
¡El muy tramposo!.
Ah, se me olvidaba, el autor del dibujo se llama Fernando y llevamos 36 años felizmente casados.