“Cuando las luciérnagas estén volando nos volveremos a reunir, siempre que usted quiera”, decía la nota que Francesca cuelga en el puente en un intento desesperado de vivir una pasión que no compartía con su marido, un hombre bueno, pero alejado de momentos calurosos de pasión incontenida. “El calor es abrumador en Iowa en esta época del año. Le acompañaré al puente Roseman para tomar las fotos para su trabajo del Nacional Geographic”.
La familia de Francesca se va a un concurso de ganado fuera de Iowa, y ella se queda sola en la granja. Vino muy joven desde Italia con la promesa de la tierra prometida bajo el brazo. Su vida en familia, era… feliz…, pero vacía de pasión. Francesca define a su marido Richard como un hombre limpio, buena gente, pero que no era lo que ella esperaba. Los viejos sueños eran buenos, aunque no los llegues a realizar, es siempre bonito haberlos tenido. En Iowa, en la granja es el aire, los colores… no hay juicios, en la tierra que de todo tiene, las manzanas son doradas, plateadas… y huelen a la paz que da el hogar.
Y en la ausencia de ese espejismo de vida en familia perfecta, aparece Robert, que tan solo le pide a Francesca indicaciones sobre el puente Roseman que tiene que fotografiar. Ella en un impulso de sentirse viva decide acompañarle. Y todo y nada, comienza en ese instante.
Francesca y Robert comparten un amor prohibido, un amor de novela, ¿el primero?, en realidad, como dice Robert, no están haciendo nada malo. Nada que Francesca no pueda contar un día a sus hijos… El, es un alma libre, sin ataduras, con un trabajo que le lleva a vivir una vida itinerante, sin apegos, sin compromisos.
Ella se pregunta: “¿cómo es capaz de vivir sin una familia?.
El le contesta: Porque quiero a todo el mundo.
Pero tras la velada perfecta que ambos comparten, ni a él le llena el amor de todo el mundo, ni a ella le parece tan perfecta la vida en familia y planean escaparse. Todo pensamiento relacionado con Robert Kingkey se le antojaba erótico a Francesca que había descubierto una nueva dimensión inexplorada en el amor. Tenía pensamientos que ni ella misma podía llegar a consentir, pero, es que se le colaban en el alma, ávida de pasión.
Ante el impulso de ella por retenerle para si misma para siempre, el sentencia: NO QUIERO NECESITARTE PORQUE NO PUEDO TENERTE.
Y en esta frase se resume todo lo vivido en los cuatro días por esta pareja de poscritos del amor. Ella decide concentrar toda su vida en lo vivido en esos días perfectos, pero desde la lejanía que da el abandono total, porque todo lo bueno y desconocido que se había vuelto familiar con Robert, se desvanecería en el mismo momento en el que el se desvaneciese y así debía de ser.
Ambos deciden pensar que SON AQUELLO QUE HAN ELEGIDO y cada uno vuelve a su vida de detalles. Y cuando Francesca recibe a su familia de vuelta de su viaje se siente a salvo, y a pesar de que Robert le había confesado “esa clase de certeza solo se presenta una vez en la vida”, respecto a lo que sienten el uno por el otro. Ella decide seguir con su vida en familia, porque al fin y al cabo es para lo que había venido de su Italia natal. Y el sigue fotografiando el mundo y dejándose amar por todos aquellos que se cruzan en su camino, aún sabiendo que solo Francesca ocupará el lugar predestinado para el amor en su corazón.