LA COMEDIA O TRAGICOMEDIA DE CALISTO Y MELIBEA, COMPUESTA EN REPREHENSIÓN DE LOS LOCOS ENAMORADOS, QUE, VENCIDOS EN SU DESORDENADO APETITO, A SUS AMIGAS LLAMAN E DIZEN SER SU DIOS. ASSÍ MESMO FECHA EN AUISO DE LOS ENGAÑOS DE LAS ALCAHUETAS E MALOS E LISONJEROS SIRUIENTES. Y es que de nada vale disfrazar el amor verdadero con hechizos, malas artes y pantomimas… cuando se da y ocurre hay que darse entero a él.
Calisto de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda criança, dotado de muchas gracias, de estado mediano. Fue preso en el amor de Melibea, muger moça, muy generosa, de alta y sereníssima sangre, sublimada en próspero estado, vna sola heredera a su padre Pleberio, y de su madre Alisa muy amada. El primer encuentro de los amantes se produce fruto de la casualidad en el huerto de casa de Melibea, mismo lugar donde terminará la tragedia que aquí nos trae. Y reproduzco el diálogo que mantienen los enamorados en su primer encuentro.
CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?
CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer a mí inmérito tanta merced que verte alcançasse e en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor tal galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder mi voluntad humana puede conplir. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como agora el mío? Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina, no gozan mas que yo agora en el acatamiento tuyo. Más ¡o triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança e yo misto me alegro con recelo del esquiuo tormento, que tu absencia me ha de causar.
MELIBEA.- ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?
CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.
MELIBEA.- Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.
CALISTO.- ¡O bienauenturadas orejas mías, que indignamente tan gran palabra haueys oydo!
MELIBEA.- Mas desauenturadas de que me acabes de oyr Porque la paga será tan fiera, qual meresce tu loco atreuimiento. E el intento de tus palabras, Calisto, ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la virtud de tal muger como yo.¡Vete!, ¡vete de ay, torpe! Que no puede mi paciencia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el ylícito amor comunicar su deleyte.
CALISTO.- Yré como aquel contra quien solamente la aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel.
Tras ser rechazado, evento nuevo para el conquistador Calisto, acude a su sirviente Sempronio, el mismo que le conduce a La Celestina, vieja prostituta y ahora alcahueta que se toma el hecho como cosa suya y comienza sus teje-manejes para conseguir el objetivo por el que es contratada. Pero, no entiende bien la cosa la alcahueta, no se toma la historia como de amor, sino como de desposorios y conquista sexual.
Pero, se de una manera, sea de otra, con un argumento u otro La Celestina realiza un conjuro a Plutón, que unido a su verborrea elocuente surte todo su efecto y Melibea cae enamorada irremediablemente de Calisto.
Pero, no se puede poner precio al amor, y el pago que recibirá la Celestina por su conjuro de amor, la cadena de oro, acaba convirtiéndose en la daba que acabe con la vida de todos aquellos que se dejan llevar por la codicia. Los sirvientes de Calisto acaban matando a la Celestina por no compartir la cadena con ellos, acabarán presos y son ajusticiados también.
Las prostitutas Elicia y Areúsa, amantes de los sirvientes de Calisto al verse perdidas sin su proxeneta y sus compañeros urden un plan para matar a Calisto. Y aunque no ocurre como ellas habían planeado, el desaguisado provoca una riña callejera en la que interviene Calisto y muere. ¿Os imagináis el final?, sí, Melibea se suicida. Sin su amor, la vida no tiene sentido.
El último encuentro en el huerto cuando el amor entre ambos es consentido y declarado está lleno de gran belleza, os lo presto… pero… eso sí, cuidado con el final, no apto para corazones muy sensibles. Al entrar en el huerto Calisto encuentra a su amada cantando, los personajes que aparecen en el diálogo son los criados que están perpetrando el intento de asesinato de Calisto.
MELIBEA
Dulces árboles sombrosos,
humilláos quando veays
aquellos ojos graciosos
del que tanto desseays.
Estrellas que relumbrays,
norte e luzero del día,
¿por qué no le despertays,
si duerme mi alegría?
MELIBEA.- Óyeme, tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.
Papagayos, ruyseñores,
que cantays al aluorada,
lleuad nueua a mis amores,
como espero aquí asentada
La media noche es passada,
e no viene.
sabedme si ay otra amada
que lo detiene.
CALISTO.- Vencido me tiene el dulçor de tu suaue canto; no puedo más suffrir tu penado esperar. ¡O mi señora e mi bien todo! ¿Quál muger podía auer nascida, que despriuasse tu gran merecimiento? ¡O salteada melodía! ¡O gozoso rato! ¡O coraçón mío! ¿E cómo no podiste más tiempo sufrir sin interrumper tu gozo e complir el desseo de entrambos?
MELIBEA.- ¡O sabrosa trayción! ¡O dulce sobresalto! ¿Es mi señor de mi alma? ¿Es él? No lo puedo creer. ¿Dónde estauas, luziente sol? ¿Donde me tenías tu claridad escondida? ¿Auía rato que escuchauas? ¿Por qué me dexauas echar palabras sin seso al ayre, con mi ronca boz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna quán clara se nos muestra, mira las nuues cómo huyen. Oye la corriente agua desta fontezica., ¡quánto más suaue murmurio su río lleua por entre las frescas yeruas! Escucha los altos cipreses, ¡cómo se dan paz unos ramos con otros por intercessión de vn templadico viento que los menea! Mira sus quietas sombras, ¡quán escuras están e aparejadas para encobrir nuestro deleyte! Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tórnaste loca de plazer? Déxale, no me le despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados abraços. Déxame gozar lo que es mío, no me ocupes mi plazer.
CALISTO.- Pues, señora e gloria mía, si mi vida quieres, no cesse tu suaue canto. No sea de peor condición mi presencia, con que te alegras, que mi absencia, que te fatiga.
MELIBEA.- ¿Qué quieres que cante, amor mío? ¿Cómo cantaré, que tu desseo era el que regía mi son e hazía sonar mi canto? Pues conseguida tu venida, desapareciose el desseo, destemplose el tono de mi boz. Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía e buena criança, ¿cómo mandas a mi lengua hablar e no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no oluidas estas mañas? Mándalas estar sossegadas e dexar su enojoso vso e conuersación incomportable. Cata, ángel mío, que assí como me es agradable tu vista sossegada, me es enojoso tu riguroso trato; tus honestas burlas me dan plazer, tus deshonestas manos me fatigan, quando passan de la razón. Dexa estar mis ropas en su lugar e, si quieres ver si es el hábito de encima de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la camisa? Pues cierto es de lienço. Holguemos e burlemos de otros mill modos, que yo te mostraré, no me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué prouecho te trae dañar mis vestiduras?
CALISTO.- Señora, el que quiere comer el aue, quita primero las plumas.
LUCRECIA.- (Aparte.) Mala landre me mate, si más los escucho. ¿Vida es esta? ¡Que me esté yo deshaziendo de dentera y ella esquiuándose porque la rueguen! Ya, ya apaziguado es el ruydo: no ouieron menester despartidores. Pero también me lo haría yo, si estos necios de sus criados me fablassen entre día; pero esperan que los tengo de yr a buscar.
MELIBEA.- ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?
CALISTO.- No ay otra colación para mí, sino tener tu cuerpo e belleza en mi poder. Comer e beuer, donde quiera se da por dinero, en cada tiempo se puede auer e qualquiera lo puede alcançar; pero lo no vendible, lo que en toda la tierra no ay ygual que en este huerto, ¿cómo mandas que se me passe ningún momento que no goze?
LUCRECIA.- (Aparte.) Ya me duele a mí la cabeça d’ escuchar e no a ellos de hablar ni los braços de retoçar ni las bocas de besar. ¡Andar!, ya callan: a tres me parece que va la vencida.
CALISTO.- Jamás querría, señora, que amaneciesse, según la gloria e descanso que mi sentido recibe de la noble conuersación de tus delicados miembros.
MELIBEA.- Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me hazes con tu visitación incomparable merced.
SOSIA.- ¿Assí, vellacos, rufianes, veníades a asombrar a los que no os temen? Pues yo juro que si esperárades, que yo os hiziera yr como merecíades.
CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da bozes. Déxame yr a valerle, no le maten, que no está sino vn pajezico con él. Dame presto mi capa, que está debaxo de ti.
MELIBEA.- ¡O triste de mi ventura! No vayas allá sin tus coraças; tórnate a armar.
CALISTO.- Señora, lo que no haze espada e capa e coraçón, no lo fazen coraças e capaçete e couardía.
SOSIA.- ¿Avn tornays? Esperadme. Quiçá venís por lana.
CALISTO.- Déxame, por Dios, señora, que puesta está el escala.
MELIBEA.- ¡O desdichada yo!, e como vas tan rezio e con tanta priessa e desarmado a meterte entre quién no conosces? Lucrecia, ven presto acá, que es ydo Calisto a vn ruydo. Echémosle sus coraças por la pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.- Tente, señor, no baxes, que ydos son; que no era sino Traso el coxo e otros vellacos, que passauan bozeando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos al escala.
CALISTO.- ¡O!, ¡válame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confessión!
TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caydo del escala e no habla ni se bulle.
SOSIA.- ¡Señor, señor! ¡A essotra puerta! ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡O gran desuentura!
LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha!, ¡gran mal es este!
MELIBEA.- ¿Qué es esto? ¿Qué oygo?, ¡amarga de mí!
TRISTÁN.- ¡O mi señor e mi bien muerto! ¡O mi señor despeñado! ¡O triste muerte sin confessión! Coge, Sosia, essos sesos de essos cantos, júntalos con la cabeça del desdichado amo nuestro. ¡O día de aziago! ¡O arrebatado fin!
MELIBEA.- ¡O desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oygo? Ayúdame a sobir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien e plazer, todo es ydo en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumiose mi gloria!
LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dizes, mi amor?, ¿qué es esso, que lloras tan sin mesura?
TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto del escala e es muerto. Su cabeça está en tres partes. Sin confessión pereció. Díselo a la triste e nueua amiga, que no espere más su penado amador. Toma tú, Sosia, dessos pies. Lleuemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no padezca su honrra detrimento, avnque sea muerto en este lugar. Vaya con nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, visítenos tristeza, cúbranos luto e dolorosa xerga.
MELIBEA.- ¡O la más de las tristes triste! ¡Tan tarde alcançado el plazer, tan presto venido el dolor!
LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Agora en plazer, agora en tristeza! ¿Qué planeta houo, que tan presto contrarió su operación? ¡Qué poco coraçón es este! Leuanta, por Dios, no seas hallada de tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te amortezcas, por Dios. Ten esfuerço para sofrir la pena, pues touiste osadía para el plazer.
MELIBEA.- ¿Oyes lo que aquellos moços van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? ¡Rezando lleuan con responso mi bien todo! ¡Muerta lleuan mi alegría! ¡No es tiempo de yo biuir! ¿Cómo no gozé más del gozo? ¿Cómo tuue en tan poco la gloria, que entre mis manos toue? ¡O ingratos mortales! ¡Jamás conocés vuestros bienes, sino quando dellos caresceys!
LUCRECIA.- Abíuate, abiua, que mayor mengua será hallarte en el huerto, que plazer sentiste con la venida ni pena con ver que es muerto. Entremos en la cámara, acostarte as. Llamaré a tu padre e fingiremos otro mal, pues este no es para poderse encobrir.
Y es que de nada vale disfrazar el amor verdadero con hechizos, malas artes y pantomimas… cuando sucede hay que darse entero a él.