Solo a mi se me podía ocurrir lo que estaba a punto de realizar, entrevistar a la Bella Otero, con nada más y nada menos que 77 años, había subastado sus muebles de Villa Carolina en Niza, se había pulido las ganancias de sus memorias durante la Segunda Guerra Mundial hasta llegar al punto de tener que robar patatas y castañas para subsistir. Tan solo le quedaba una habitación cedida por el Casino de Montecarlo que asistió a sus días de máximo apogeo, de fiestas, riquezas y glamour.
Dirigía yo mis pasos hacia la entrevista, subí los cinco pisos de escaleras, pregutándome cómo haría ella tan mayor para llegar hasta allí arriba, yo estaba a punto de perder el aliento. Cuando trepaba por esos escalones de madera desgastados me iba diciendo a mi misma, esta mujer me va a mandar a freir espárragos cuando le pregunte por su “primer amor”, ya verás, compartió cama y mantel; mantel y cama con, Eduardo VII de Inglaterra, Alfonso XIII de España, el emperador de Japón Meiji Tenno, ¡Dios mío! Alberto de Mónaco, Leopoldo II de Bélgica, el gran duque Pedro… al que arruinó y abandonó… me dije a mi misma, “esto es del todo ridículo, te va a mandar ¡a la mierda!”. Pero, la entrevista estaba ya concertada y mis nudillos estaban ante la puerta dispuestos a llamar.
Esperaba que me recibiera alguien del servicio, pero no, fue ella directamente la que abrió la puerta. Y ahí estaba la Bella Otero, con un humor de perros, agriado por los años, ¡qué porras!, por toda la amargura que le estaba tocando vivir, o que se había buscado vivir, porque tú me dirás, con lo que había sido, y lo que yo estaba viendo. Se hablaba por entonces que su asignación anual de los derechos cinematográficos de la película sobre su vida ascendían a los trescientos mil francos, ¡de qué se podría quejar esta mujer!, si mi sueldo de redactora no llegaba ni a mil francos ¡al año!.
-¿Vas a pasar jovencita? o ¿te quedas a vivir ahí?.
Tímidamente entré en la habitación, que al menos tenía entrada independiente de la casa, ya que se accedía por la puerta de servicio, como la Otero me había indicado.
– Mucho desorden, ¿verdad?, pero es que en unos días me vuelvo a mudar. En la nueva habitación no tengo balcón, una ridícula ventana, eso sí, es más barata, me han dicho éstos del casino, con la cantidad indecente que yo les he dado a ganar a esta gente y me lo pagan así, con una cutre habitación. Y a partir de ahora… sin balcón, ¡no hay derecho!, pero… es que ya no me queda ni una sola joya que vender. De la última que me desprendí fue del collar de zafiros de Sisí. Era tan… pero, es que, tenía ¡tanta hambre!. Si al menos me hubieran dejado jugar la última partida. Ahí seguro que habría recuperado mi fortuna al completo. Estoy tan segura.
– Pero, ¿vive sola entonces?, y ahí comencé la entrevista.
– Claro, ninguno de los estúpidos pueblerinos con galones que me han agasajado durante toda mi vida quieren ya a una estúpida vieja, con las carnes flojas y arrugas hasta en el lóbulo de la oreja, y muchos de ellos están más muertos, nadie se acuerda ya de mi, les he sobrevivido a todos. Se pasó mi puto tiempo, ni en los casinos me dejan entrar, yo que les ha alimentado durante tantos años… pero si hasta arruiné al gran duque Pedro, eso sí después de darles mis mejores años… ahora ni me dejan entrar a oler de nuevo a moqueta, a deslumbrarme con los bellos cristales de las lámparas de bohemia que alumbran la fichas rojas, verdes, azules… amarillas, ese “no va más” del coupier… (mientras me lo contaba bailaba por la estancia con esa bata china de mangas interminables que me recibió de seda y encajes. Son todos unos “judios”, como los banqueros, cuando tienes dinero, todo son atenciones… pero… bueno, jovencita, no tengo mucho tiempo que tengo que seguir embalando, aunque ya no me queda mucho pro embalar, con tanta subasta…, ¿se puede saber a que has venido?.
– Pues mire, estoy escribiendo un ensayo sobre “el primer amor”, y bueno pues… además de amores totalmente anónimos de vez en cuanto me gusta incluir las historias y experiencias de amor de personas tan relevantes y versadas en el tema como usted.
– Del amor, hija… eso es una estupidez… el único amor que he experimentado en mi vida ha sido por el juego, para mí no hay en la vida más que dos placeres: el primero, ganar en el juego; el segundo, perder en el juego. Los verdaderos jugadores no jugamos para ganar, el juego es como una inyección de morfina.
– Pero, no me puedo creer que el estar con tantos hombres, ninguno de ellos le haya dejado una simple huella, un recuerdo que guarde en su corazón, un hilo que nos lleve a relatar una bella historia de amor.
– Pues no… me imagino que antes de esta entrevista se habrá documentado sobre mi, hay biografía mía publicada, que me ha dado un buen dinerito, así no tenía que depender de esos “babosos ricachones”, que se creían con el derecho de poseer mi alma por unos cuantos billetes que me soltaban para jugar en el casino. Espero que también hayas visto la película que ha protagonizado esa chiquita, María Félix, que creo que es mejicanita. No está mal, pero claro en una película que van a contar, del glamour que me ha rodeado siempre, porque yo soy un ser único sobre la tierra, no nacerá nadie que sepa afrontar la vida que le ha tocado como lo he hecho yo. Por mi cama, han pasado tantas cabezas coronadas… y mírame ahora.
– Bueno, se conserva usted fantástica, si tiene mejor cintura que yo, no quiero decir… ni molestarla en nada, pero la veo fenomenal. Pero, de verdad que no tiene ni un recuerdo de su adolescencia del primer amor, eso que se dice que las mariposas te corren por la tripa y estas deseando verle a todas horas y compartir con el hasta el último aliento de tu día.
– Que no, ¡joder! (ni se disculpó, solo reproduciré algunos de los tacos que pronunció durante la entrevista en haras a transmitir cómo era su carácter, porque si los plasmo todos… sería una narración terrible). ¿No sabes cómo empezó mi vida y el sexo?, a mi que me da por meterme a medio artista, en las romerías de mi Galicia, bailar y bailar para sacarme unas perras, y llega un hijo de mala madre creedor del derecho de poseerme por bandera y abusa de mi hasta desgarrar todas mis partes intimas, al borde de morir desangrada. Y me preña, y mi madre, ¡qué vergüenza, embarazada!, y me echa de casa con tan solo 12 años. ¿Cómo quieres que el amor llame a mi puerta con la cantidad de odio y resentimiento que yo abrigo en mis entrañas?, ¿tu ves un buen caldo de cultivo del amor en un vientre desgarrado por el abuso de la sinrazón?. ¡Venga, hombre!, eso del amor son bobadas, pamplinas, estupideces. Mi primer protector catalán me abrió los ojos y me enseñó que en el juego está todo, la vida, la muerte, el amor, el desamor, el desengaño, la mentira, la pasión, el vicio… está todo… ahí encontre “mi amor”, ¿para qué perder el tiempo buscando?, ¿qué?. Ni tan siquiera cuando debuté en París y me gane mi denominación de La Belle, sentí tanto placer que cuando la ruleta comienza girar, y a girar y a girar… y apuesto por el número en el que la bola se va a detener. Ningún placer es comparable.
– Y tan siquiera, José Martí, ¿el qué le compuso aquel bello poema de amor?, ¿no estaba usted enamorada?, yo creo que él lo estaba bantante.
– Señorita en mi vida no ha habido nada real, cuando me fui a Barcelona y salí de Valga, mi pueblo de Ponferrada, me despedí de la estúpida provinciana llamada Agustina Otero, para construirme una nueva vida, una nueva identidad, una nueva Carolina… me encantaba ese nombre y me lo quedé, no quería saber nada de ese asqueroso pueblo lleno de cotorras, habladuría y sobre todo mal gusto. Tu me dirás, ¿conoces el famoso collar tobillero que me diseñó Tiffany´s para mi, causó furor entre todas las damas de la época. Claro que el pobre Martí se enamoró de mi… pero hasta el punto de querer quitarse la vida. Me amó William Vanderbilt (y lo hizo por siempre); Alberto de Mónaco, Leopoldo de Bélgica, Alfonso XIII, el príncipe de Gales y el káiser Guillermo; el mismísimo zar de todas las Rusias Nicolás (el del destino aciago), el feísimo pero dadivoso barón de Ollstreder, que todo el mundo decía que era feo, pero…¡no puede llamarse feo a un hombre que hace tan buenos regalos!… Los hombre están para lo que están, cumplen su función y basta.
– Se habla que algunos de esos hombres se han suicidado por amor a usted, ¿es eso cierto?
– Seguro, pero… yo siempre he pensado que no eran del todo felices, no entiendo porque todos se empeñaban en poseerme. Yo les vendía mi cuerpo, pero… nada más, ninguno me tuvo entera, pero, ni yo a ellos. Era un mero intercambio de fluidos en todos los sentidos, y una forma más de ganarse la vida. Yo, Carolina Otero, la bellísima gallega mundialmente conocida, a la que llaman la serpiente de cascabel española (que lo se perfectamente), también me conocen como la sirena de los suicidios, yo, la belleza suprema, nunca amé a nadie, ni amaré a nadie. Es una pérdida de tiempo y una dependencia absurda por un ser humano.
Veinte años después de la entrevista, la Bella Otero, murió. Hoy yo cuento su historia en mi blog, a su funeral no fue nadie, y nadie la recordaba a sus noventa y siete años de edad, como me había contado, les sobrevivió a todos. Mientras cocinaba un conejo a la cazadora, Agustina, o Carolina, o la Otero, o la Bella… se fue sola, como realmente había caminado por la vida, sola… ¡y yo, preguntándole, ¿cuál fue su primer amor?, ¡qué ilusa!.
Os presto los versos que le regaló José Martí.
Versos Sencillos X: 1891
«La Bailarina Española»
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora;
Y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta;
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.
Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca;
Húrtase, se quiebra, gira;
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La bata abierta provoca,
Es una rosa la boca;
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro…
Baila muy bien la española,
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
El alma trémula y sola!
José Martí.