Solo tenía 17 años y ya me sentía vieja, triste y abandonada por la vida. “Desde los 11 años me había ocupado de cuidar de mis hermanos, de los tres, Pablo, Carlos y Javier. Desayunos, cambio de pañales, calentar la comida que mi madre me dejaba preparada el día anterior, recogerles de la ruta, la merienda al llegar a casa, el parque, los deberes… y al fin… llegaban mis padre cansados del trabajo. Pero, hacían el gran esfuerzo de preparar la cena que compartíamos todos juntos.
Mis estudios sobresalientes, por supuesto, mientras hacía el papel de niña-madre que el destino me había asignado. Todos en el barrio me llamaban así, “la niña-madre”, y me admiraban por ello, quizás la única. Y por fin mis padres dieron en el clavo y consiguieron el estatus social ansiado y ya no fueron necesarios “mis servicios”, era libre, con mis 17 años tenía todo el tiempo del mundo para dedicarme a mi mísma, mis estudios, mi vida, mi cuerpo, mis sueños, mis expectativas… Entonces comencé a vivir una adolescencia, un tanto tardía, pues mis amigas ya iban por el quinto o sexto novio.
Y yo me sentía ya vieja, triste y abandonada a mi suerte. Porque el ajetreo de niña-madre no me había dejado disfrutar de mi. Y apareció él, el destino lo puso ante mi. Treintaytantos tenía, quizás demasiado mayor para mi, pero… yo vieja y triste dejé de sentirme abandonada. Solo tenía que pedir y ni eso, y se hacía realidad. A mis padres les pareció estupendo porque además de ser de buena cuna, tenía la vida enfocada. ¿Enfocada?, ya en la primera cita, me arreó un guantazo en la cara que por poco me parte la mandíbula… peor ¿quién era yo para decirle ni mu? ,yo que era ya vieja y estaba tan triste… tenía que dejar de estar abandonada.
Y no había encuentro, sin riña, ni riña sin pelea… y yo… que no entendía nada. Al fin un día conseguí romper el velo de la vergüenza y decidí hablar con mi madre, que atónita no daba crédito.
Directos a comisaria a denunciar los hechos, el juicio, la tristeza, el abandono… pero el juez, me liberó de veras… pero, si es una niña, ¿quién ha podido abusar de esta pureza tan grande?. Y me sentí liberada, con las medidas cautelares y la orden de alejamiento. Ya me sentí lo que era, una niña, que se había hecho mayor antes de tiempo. Que le había tocado vivir una vida que no la correspondía a su edad, ni a su tiempo. Repetí curso en el instituto, comencé a salir con los de un año menos que yo, y me acogieron en su grupo. Y conocí el amor verdadero en los brazos de la pandilla, que se reía de la vida a sus 16 tiernos años, mientras yo alcanzaba la mayoría de edad y me acercaba a la urna a votar. Y el amor primero, mi primer amor fue a mi misma. Y dejé de sertirme vieja, triste y abandonada. Y comprendí que primero era quererme a mi misma, aceptarme tal cual era… y quererme sin límites, el resto estaba por llegar.