Jeny era una perfecta estudiante de letras, notas sobresalientes, enamorada de la literatura, el latín, el francés… Toda su vida consistía en sacar buenas calificaciones para ingresar en Oxford. Ni tan siquiera hacía caso a James que bebía los vientos por ella, y todos los viernes le traía a la salida del colegio un ramo de flores, o una caja de bombones, o una tarjeta con un bello poema escrito. Solo dedicaba la vida a estudiar, y estudiar.
Así iba una tarde ensimismada en sus pensamientos y al cruzar un paso de cebra un deportivo casi se la lleva por delante. El conductor bajó inmediatamente del coche y se acercó a comprobar el estado de Jeny. Nada había sucedido, solo el susto. Nada más. Pero, David, el conductor del flamante vehículo la invitó a tomar un te para suplir el gran susto que la había dado. Fue su perdición, aquel hombre era tan interesante, ella tenía tan solo 16 años, pero aparentaba ser más mayor, él 35, pero tan atractivo… Además, el deportivo, su traje, el pañuelo de seda que sobresalía del bolsillo de su chaqueta, la cartera de piel corinto, sus zapatos italianos… La invitó a cenar el viernes, la recogería en su casa a las 8. Jeny, accedió sin más, era imposible negarse.
A la cena acudieron una pareja amiga de David. Ella respiraba glamour por todos los poros de su piel, llevaba un precioso abrigo rojo, zapatos y bolso de charol y un vestido dorado de pedrería digno de una princesa de oriente. Jeny, de clase media, estaba embriagada de tanto lujo, y el trato tan exquisito que la dispensaban, la tenían tan absorbida que aunque en su foro interno intuía que no podía ser tan bonito para ser verdad, decidió dejarse llevar, y no hacerse preguntas para las que aún no tenía respuesta. Restaurantes caros, carísimos… la ópera, teatros, cabarets de archi lujo… Y Jeny totalmente hechizada se dejaba vestir, peinar, maquillar por su nueva progenitora y confidente, Hada, la pareja amiga de Ron, los amigos de correrías de David… y ahora por extensión de Jeny, por supuesto.
En una de las cenas surge la idea de ir a Oxford para que Jeny conozca su universidad de primera mano, es cuando David aprovecha para conocer a sus padres. Hechiza con sus aires y su dinero a sus padres tanto o más que a Jeny,… hasta el punto que acceden encantados a que ésta pasé el fin de semana fuera de casa. Un futuro prometedor auguran para su hija. Para que estudiar, ya no lo necesitará, el la mantendrá, estaban de suerte. ¡Bienvenida a la realidad!, Jeny en el viaje a Oxford descubre los negocios de los que salen los fondos para sufragar esa vida tan lujosa. Ron y David, entran en una casa en venta, y se llevan un cuadro, mientras ellas esperan en el coche. “A eso me dedico, que te pensabas, que todos los caprichosos que nos permitimos podrían salir de un sueldo normal, nos dedicamos a dar valor a cosas que los demás no aprecian, ¿qué tiene eso de malo?”.
David, era su primer amor, el sentirse protagonista de una novela en la que ella era la princesa, no era tan fácil de abandonar, no podía ser verdad… estaba saliendo con un ladrón de guante blanco… pero al fin y al cabo un ladrón. David, no vacila en pedirla en matrimonio para alejar cualquier tipo de duda que ella pueda tener sobre su amor incondicional hacia ella. Ella, dice sí… está completamente ciega. Pero, el destino, en esta ocasión es piadoso, y de camino a celebrarlo con los padres, ella descubre en la guantera del coche, del super deportivo, unas cuantas cartas de recibos de luz, de gas, de alquiler… a nombre de David y su esposa, la señora de… Resulta que ya hay una esposa, y no es ella. Jeny va a visitarla e incluso habla con ella, que la dice que ha tenido suerte, que incluso a muchas las había dejado embarazadas, «siento que te haya tocado a ti, eres tan joven y tan guapa»…
Había renunciado al colegio, ni tan siquiera se había presentado a los exámenes finales por los preparativos de la boda. Pero, al tener un expediente académico tan excelente, al final el colegio asiente y la dejan realizar los exámenes y su sueño vital se hace realidad: es admitida en Oxford. James, su compañero de clase, que bebía los vientos por ella, acude a la estación para despedirla. Un ramo de flores, una caja de bombones y una tarjeta, en la que decía, “pensé esperarte para siempre, y aquí estoy y siempre estaré esperándote”. Pero, esta es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.