Miranda, la mirada que nos queda del mundo, la que mira hacia delante, ha llevado su primer amor siempre en el corazón. No sabe que importancia adquirió para ella su piel, su mirada, sus besos… no lo sabe… como desconoce el mecanismo para olvidarle. Pero, sin traumas, sin dolor, sin desesperanza… su matrimonio, sus posteriores parejas tras su divorcio… todo bien, ¡gracias!.
“Yo vivía una vida tranquila de chica de provincias, normal como cualquier otra, el instituto, la Fiestas del pueblo, nuestras reuniones de amigos, los guateques… una vida feliz y normal. Cuando tenía los 19 años, más o menos, aparecieron en el pueblo una cuadrilla de ingenieros y arquitectos para unas obras que se iniciaban en las Cinco Villas de mi Aragón.
Mi hermano, que estudiaba ingeniería hizo migas con un chaval del equipo de nivelación, y un día se lo trajo al aperitivo del domingo, donde nos reuníamos más o menos todas las pandas del pueblo. Tengo que reconocer que yo ni fijé en él, ¡si es que era muy pequeñajico!, 16 años. No es que fuera mucha la diferencia, pero a esas edades si que se nota bastante.
Y Fernando, que así se llamaba, empezó a venir por casa casi todas las tardes, me lo encontraba por todas partes como por ¿casualidad?, pasaba por delante de mi casa en bici, pero… caminando para tardar más tiempo a ver si me veía…
A mi me parecía bastante atractivo, pero, no para tirar cohetes. Hasta el día que nuestras pieles contactaron, ¡puf!, aún se me pone la piel de gallina al recordarlo. Se me electrifica hasta el último poro de la epidermis. Solo era pasear de la mano, los abrazos y los besos, por cientos… íbamos al cine, a tomar un café, tan solo eso, besos y abrazos, y no consigo recordar de cuantas cosas hablaríamos porque pasábamos las tardes enteras hablando… horas y horas… y sin parar… cuando llegaba la hora de volver a casa, me parecía que acabábamos de empezar nuestro encuentro.
Intentamos mantener “lo nuestro” en secreto, por las habladurías en el pueblo, yo con 19, él con 16, ya sabes entonces, lo cotillas que eran y las habladurías. Pero, se nos debía notar un montón, porque mi hermano llegó un día a casa, y me preguntó muy enfadado, pero, ¿tú, te has liado con Fernando?, de verdad Miranda…
Pero, luego se le pasó, ¡ya ves tú!, que le importaba a él lo que yo hacía con mi vida.
Un día me sorprendió con una cadenita de oro, grabada con un “no me olvides” la fecha en la que nos conocimos. No era el principio de nada, era la despedida para siempre. Se iba a Zaragoza a terminar el bachiller superior, las obras se terminaban y él me dijo que sabía que tenía un serio pretendiente de mi edad, que debía estar predestinado a compartir mi destino.
“Yo comienzo mi proyecto de vida, y el tuyo ya está marcado” –me dijo con lágrimas en los ojos y se fue, para siempre, nunca le he vuelto a ver. Pero, siempre le he llevado en mi pensamiento, en cada uno de los proyectos que comenzaba, en cada etapa que iniciaba. Siempre estará conmigo.
Cuando escucho la canción de “Fernando” de Abba, cuando miro la inscripción de la cadenita, cuando intento detectar la importancia que tenía la piel, y el deseo que provocaba en mi ser su roce… el siempre está ahí, mi Fernando».
Y bueno, no podía hacer otra cosa, que dedicarle a Miranda, mi gran amiga, la canción de Fernando, peticiones del oyente.