Esta historia podría recordar quizás a la del paciente inglés, solo que en este caso, el enfermo se nos asustó. Porque ella era una enfermera joven, guapa, ilusionada en su trabajo y sobre todo muy vocacional, y el decidió almacenarla en el disco duro como su primer amor, pero sin más.
“Iba como loco con la moto, un enamorado de mi “churri”, mi moto, solo tenía ojos para ella, nada me apasionaba más que ella en el mundo. Venía de bajarme la Cuesta de las Perdices, de la carretera de la Coruña, que por entonces, y con el asfalto de la fecha era todo un recorrido motero en Madrid. Claro, que ahora eso puede ser extraño, pero, por entonces la capi, era otra cosa, que ni hablar de la Cruz Blanca, y demás, claro, que eso lo hacíamos en salidas de fin de semana completo. Pero la Cuesta de las Perdices era todo un mítico.
El caso es que tanto correr me pasó factura y acabé en el hospital con una leche, que todavía hoy me preguntó como salí vivo. Vivo, pero con amnesia, no me acordaba absolutamente de nada, pero, nada, es nada. Me desperté y no sabía ni quien era. Ni churri, ni amigos, ni familia, ni Cuesta de Perdices que la crió… ni tan siquiera… mi nombre.
Pero, al despertarme allí estaba ella. Con su cofia de enfermera a la antigua usanza, sus ojos azules me hicieron sentir, que había llegado al cielo, y su dulce voz me hizo sentirme reconfortado a pesar de que no conseguía acordarme que había sucedido. Entonces me dio un beso en la frente, un casto y puro beso en la frente. Volví a cerrar ls ojos, porque me sentía muy cansado. Mi primera vuelta a la vida terrenal me causó verdadero cansancio.
Vivía como en una nebulosa interminable, era una sensación de ingravidez que nunca jamás he vuelto a sentir. Es por eso, creo, que la imagen de la enfermera se me quedó grabada en la mente, porque esos días de des-memoria se me han quedado almacenados en el disco duro para siempre, ¡será la ley de la supervivencia!. Mi cerebro parece que agradeció de esta forma el continuar vivo después del porrazo que me había dado.
El caso es que poco a poco empezaron a aparecer por el hospital mis padres, mis tíos, mis primos, mis amigos… y poco a poco entre todos me hicieron regresar, volver a la vida que tenía antes del porrazo…
Se cargaron entre todos los días que había pasado en el hospital entre mimos de mi enfermera, de ricos purés que hacían las monjas del hospital, las conversaciones con mi compañero de habitación que también había perdido la memoria, y me contaba una tras otra historias incoherentes, pero que me encantaba escuchar… mis paseos por el pasillo de la planta, saludando a todos los compañeros convalecientes. La verdad es que me había creado mi propia vida, mi propio espacio en el hospital y era feliz, en esa semi-ignorancia adquirida de esta experiencia hospitalaria.
Pero, tras tres días volví a recordar. Primero, escenas fugaces, después nombres, caras, circunstancias… y de pronto el puzzle de mi vida volvió a encajar. Al cuarto día volvía a tener de nuevo las piezas colocadas. Pero, había una que se escapaba… mi enfermera.
Durante los tres días de amnesia, ella lo había sido todo para mi. Era la primera imagen que vi al despertar, ese beso en la frente, había sido mi compañera todos los días en las ocho horas que duraba su turno, pero… ahora todo lo vivido junto a ella comenzaba a desdibujarse, a diluirse… ahora que mi vida de nuevo retomaba su sentido, ¿genuino?, ella empezaba a no encajar en ese lugar. ¿Y cómo le decía yo ahora que no la iba a volver a ver?. Porque yo estaba convencido que ella me miraba con ojitos de querer, claro que yo entonces, estaba de muy bien ver… Decidí no decirle nada… no me atrevía. El cuarto día, mi madre vino con una bolsa con ropa limpia, recogimos las flores que por allí quedaban y me fui…
Solo me quedó el poso en la memoria del primer beso que recibí al despertarme a la vida. Nunca más supe de ella. Aun cuando paso por el clínico cierro los ojos, miro hacia la sexta planta donde estaba ingresado y aún siento el olor a gasas, suero y penicilina. Recuerdo su beso en la frente y sigo mi camino.