No es cierto que los primeros amores sean los mejores; a veces, si persisten y se convierten en los únicos amores, ocurren cosas como estas. Me cuenta mi amiga Isabel Valverde.
Cada humillación se me hace menos dolorosa; no me quedan lágrimas para él, y tengo la reserva intacta del llanto por mí.
Cada palabra hiriente que sale de su boca, desmereciéndome, me hace retroceder un paso en dirección contraría a donde él se encuentra.
Se está desmoronando ante mis ojos, cansados ya de verle, y empieza a parecerme un pobre diablo sin valores, que no merece, en absoluto, todo lo que di sin que haya captado la esencia; un ridículo personaje que se cree en las alturas por el solo hecho de mirarlas.
Me aborrezco por haber pensado, en alguna ocasión, que “me lo habré merecido”, y reconozco en ello los tópicos, tan repetidos, de otras mujeres cuyo apego a su verdugo es tan insistente como el mío.
Estoy cansada, muy cansada, de hacerme pequeña en su presencia, de aceptar, por la fuerza que él impone, sus vejaciones, las descalificaciones públicas, también las privadas, y sus groserías, absolutamente impropias de un hombre medianamente decente.
Estoy harta de ser la hiedra en quien se apoyó para trepar, cuando apenas era una rama en mi camino, ¿Alguien podría decirle a este hombre que, desde la altura a la cree haber llegado, no se ven las estrellas porque jugando al “quítate tú que me pongo yo”, no se llega muy lejos. Sospecho que nunca llegará a saberlo, porque estará muy ocupado pisando nubes inconsistentes. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para darse cuenta de que las nubes solo tienen agua, y el agua se evapora y desaparece.
Tal vez, en la soledad merecida de su vejez, recordará mi amorosa compañía. Yo también estaré sola para entonces, pero, quizás me haya curado de él, mi primer y único amor, de esta enfermedad que asfixia mis ganas de reír, y mis proyectos, que aún pululan, tímidamente, a mi alrededor.
O tal vez, haya encontrado, junto a la meta, una “tía buena”, que es como ahora llama a las que ofrecen lo que se ve y que, en ocasiones, es lo único que pueden ofrecer. Pero, aún así, quizás empiece a amar el recuerdo de lo que pudo ser y él fue destruyendo, poquito a poco, durante estos largos años en que le amé.
¡Ojalá me cure!, ojalá mi imaginación pueda construir otros mundos en los que poder vivir y la realidad superé a la fantasía, como así debe ser. ¡Ojalá!
Mientras tanto, lloraré por mí, no le regalaré más lágrimas.
P.D/ De niña vi, en cierta ocasión, a un hombre que echaba margaritas a los cerdos de su piara para comer y recuerdo que, entonces, pensé que los cerdos no lo sabían.