Vivía una vida acomodada y tranquila en el Palacete de sus padres. ¿Para qué buscarse su propia vida?, desde generaciones vivían del dinero del marquesado. El título y las rentas daban para vivir una vida ostentosa y holgada. ¿Para qué buscar más allá?.
Luis vivía con sus padres, a pesar de contar ya los 33 años, y se la traía al pairo que sus dos hermanas mayores tuvieran sus negocios, sus casas, sus vidas, el era feliz con sus padres. De vez en cuando acompañaba a su viejo de cacería y todo arreglado. ¡A la mierda!, los números, las cuentas, ¡puaf!. El se dedicaba a la vida contemplativa que para eso había nacido marqués.
Pero, un día, la visita de unos familiares truncó sus planes de vida de contemplación de cielos azules y risas de nácar.
Estaba allí, sentada ante la mesa, degustando la merienda. Suave, tierna, eterna, dulce. Entre sus labios y luego sus pequeños dientecitos, la fresa de la merienda de deshacía fundiéndose tranquila. Y sus piernas se cruzaban, ¿escondiendo?, ¿retrayendo?, su belleza más íntima. Y sus cabellos recogidos en un lazo rosa de raso, caían caracoleando por su espalda. Ycuando su delicada mano color polvo de talco asió la taza de te delicadamente y la llevó hacía sus labios Luis no supo evitar imaginar que la taza eran sus labios y sus labios se acercaban a ella.
La noche anterior había salido de juerga con sus amigos y no había bajado hasta ese momento a compartir su esparcimiento con la familia. Y ¿en qué momento, en qué instante se le ocurrió tal idea?, pensó para sí, ¿porqué se le ocurrió adentrarme en ese instante que decidió instalarse en su memoria para vagabundear el resto de su vida. Le pareció recordar que alguien le habló, pero, perdido como estaba en su cielo, no llegó a articular palabra. Pero, pareció no importar porque la damita allí sentada con sus padres, sus tías y su abuelo, ni tan siquiera había denotado su presencia. Y como llegó se fue.
Y llegó la noche que nunca olvidaría, en la que se estremecía con cada roce de sus sábanas, en la que el silencio se hizo tan abrumador que se convirtió en eterno, en la que soñó que la doncella de las piernas cruzadas era para él, y era para siempre.
Pero, siempre nunca llegó. Siempre resultó ser demasiado tiempo. Tras su marcha su madre le aclaró que era la prometida de un primo suyo lejano, entonces ella se hizo prohibida, entonces ella se hizo intocable, entonces ella ya no sería para él, ya era de otro.
La rutina de su vida tranquila se trasformó en angustia diaria. No quería dormir porque soñaba con ella, no quería comer porque su estómago se había arrugado, no quería estudiar porque no tenía ya ningún sentido, no quería pensar porque le golpeaba la desidia. Solo quería volver a verla.
Y se vió… él, ateo hasta la médula, rogando a Dios, a su Angel de la Guarda, a quien quisiera escucharle que se la dejarán ver otra vez, que alguien viniera a socorrerle y se la enseñara por una vez más, tan solo un instante más, unos segundos le bastaban para buscar algún terrible defecto que hicieran diluir tanta perfección, tanta ternura. Para encontrar algo que le hiciera odiarla por repelente, por estúpida, por indecente, por pedante…
El dolor de su recuerdo se iba haciendo cayo a lo largo de los días, y Luis se iba apagando poco a poco, hasta que un día su madre anunció su sentencia final. Sus plegarias habían sido escuchadas, su voz había traspasado las barreras de su mente… por fin la volvería a ver. Su madre anunció que irían a su boda. ¿Quién diablos había orquestado un escenario tan cruel?. Apesadumbrado, apagado, herido, sin sentido, acudió al enlace para ver cómo su niña de las piernas cruzadas decía a otro el “sí quiero” que a él nunca diría.
Y no pudo negarse a ir a verlo, porque una plegaría cuando se hace ha de ser siempre atendida.
Eva Robles comunicadora 