DIA 74: “Para Isabel, mi primer amor», MARCOS ANA


La historia que os traigo hoy, no es mía, es del famoso expreso político MARCOS ANA, y su bella historia publicada un domingo en el suplemento del diario El País y que dentro de poco verá la luz en el cine de manos de Almodóvar. Es la primera vez, que en una historia de este blog, el primer amor implica una primera relación sexual, pero es tan tierna, es tan tardía, MARCOS ANA, conoció su primer amor a los 41 años de edad, que no me he podido resistir a publicarla tal cuál el la escribió.

Una tarde, casi al anochecer, me encontré con un amigo de la infancia, hombre de negocios que, sin participar de mis ideas, me visitó alguna vez en la cárcel de Porlier. Me invitó a dar una vuelta por Madrid y me llevó a conocer algunos cabarés que él seguramente frecuentaba. Yo aparentaba cierta indiferencia, pues salía un poco chapado a la antigua y me parecía que no era demasiado responsable visitar esos lugares. Pero miraba a hurtadillas y se me saltaban los ojos viendo a aquellas mujeres excitantes que deambulaban de un lado a otro provocativamente.
En un momento, mi amigo miró su reloj y me dijo: «Debo marcharme, tengo invitados en casa y se me está haciendo tarde. Dame tu teléfono y nos vemos otro día con más calma». Le di un número falso, pues dada mi situación, pendiente de mi salida clandestina de España, no era prudente establecer ninguna relación.
-Espérame un minuto -me dijo antes de marcharse.
Se perdió en el fondo del salón y volvió con una muchacha preciosa, a la que llamó Isabel. Sin presentármela siquiera, le dio un billete de quinientas pesetas y le dijo: «Toma, para que pases la noche con este amigo».
Era una muchacha delgada y morena, con ojos azules y tan excesivamente joven que en su rostro no había ni la más leve huella de su profesión. Me es muy difícil describir ahora cómo pasé aquel momento, pero lo cierto es que cuando me quedé a solas con aquella mujer hubiera deseado que me tragase la tierra. No sabía cómo comportarme. Ella me dijo con tono indiferente: «Bueno, vámonos». Y yo, confuso y con voz entrecortada, le pregunté: «¿Adónde?». «Pues… al hotel».
-Pero así, ¿sin apenas conocernos? Me gustaría pasear un poco, saber algo más de nosotros…
Era un lenguaje inusual para una prostituta y me miró sorprendida. Y al ver que yo no acertaba a hablar, que me temblaba el cigarrillo en la mano mientras fumaba nervioso, pensó que estaba borracho y me devolvió el dinero. Yo, en lugar de retirar el billete, tomé con mis dos manos la suya: «No, no, si yo quiero ir contigo, me gustas y lo deseo, pero es que para mí todo esto es muy difícil…».
Y balbuceando las palabras, tartamudeando, le conté que acababa de salir de la prisión, que era un preso político, que me habían tenido veintitrés años fuera de la vida, que nunca había estado con una mujer…
Entonces, aquella muchacha, un poco extrañada, dulcificó su rostro, sus ojos me miraron de pronto con afecto, o con piedad, no sé, y me dio una lección de humanidad, con una ternura y comprensión inesperadas.
-Bueno, mira, yo creí que estabas borracho. Ahora cambia todo, y voy a perder hoy contigo unos cuantos servicios esta noche. Se refería que por estar conmigo dejaba en blanco, su noche profesional. Me llevó a pasear por Madrid, fuimos a la Puerta del Sol, y luego enfilamos la Gran Vía, que entonces era la Avenida de José Antonio. Hacía frío, me cogía del brazo y sin parar de hablar se apretaba contra mi, como si nos conociéramos de toda la vida. Yo la sentía tan cerca, que tenía deseos de besarla, pero no me atrevía y para justificar mi indecisión,  acudió en mi ayuda un aikus japonés “es con los ojos, no se da con los labios, el primer beso”.
Me invitó a cenar, creo que fue en la Torre de Madrid o en un edificio alto de la plaza de España, y viví, entre temblores, las escenas más hermosas e increíbles. Cuando le contaba cómo había sido mi vida en la cárcel y cómo me robaron mi juventud, ella me besaba las manos enternecida como si fuera un hermano o un novio perdido y encontrado después de mucho tiempo. Yo estaba asombrado de su dulzura, pero ¿porqué?, ¿porqué un castigo tan inhumano?. Me preguntó con voz dolida y triste. A mi cabeza llegó un poema que escribí en la cárcel describiendo mi delito.

Mi pecado es terrible, quise llenar de estrellas el corazón del hombre

Por eso aquí entre rejas en 22 inviernos perdí mis primaveras preso desde mi infancia

Y en muerte mi condena, mis ojos van secando su luz contra las piedras.

Más no hay sombra de Arcángel  vengador en mis venas

España es solo el grito de mi dolor que sueña.

Ella a su vez me contó con lágrimas en los ojos porqué había caído tan joven en la prostitución en la que llevaba solo unos meses, una historia familiar, deshumanizada y triste. No sé qué química nos llevó a esa confianza instintiva entre nosotros.

Después de cenar seguimos un rato charlando hasta que ella me dijo: «¿Nos vamos ya al hotel?». El problema para mí seguía siendo el mismo; era como cruzar un río desconocido, sin saber nadar, lleno aún de inseguridades. Pero ella, riéndose, me decía: «No te hagas problemas, tú no tienes que preocuparte de nada, lo voy a hacer yo todo».
Y nos fuimos al hotel, donde ella vivía en una habitación alquilada. Todo resultó más fácil de lo que yo temía. El mérito fue de ella. Superé mis inhibiciones, y aquella muchacha, con la mayor sensibilidad y ternura, consiguió que, por primera vez, conociera el amor en una noche inesperada. Después, en vez de dar «la lección» por terminada, me pidió que me quedase a dormir con ella. Lo dudé un poco: la preocupación de la familia si no volvía a casa, los policías si notaban mi ausencia… Pero, era muy difícil renunciar, me quedé y seguimos charlando hasta altas horas de la madrugada.
Por la mañana me despertó con un beso. Traía una bandeja en sus manos. Había bajado a la calle a por churros y chocolate, se sentó en el borde de la cama y desayunamos juntos. Al despedirnos la estreché con la mayor ternura entre mis brazos, con el corazón en la garganta, sabiendo que no la iba a ver nunca más.
Al llegar a casa encontré a mi hermano disgustado por no haberles avisado de que iba a pasar la noche fuera. Mi cuñada, Lola, que había tomado mi chaqueta para cepillarla, sacó de uno de los bolsillos un papel liado como un cigarrillo y me preguntó: «¿Qué tienes aquí, Fernando?».

Un majestuoso ramo de flores

Tomé el papel, en el que venía enrollado el billete que le dio mi amigo y una pequeña nota que decía: «Para que vuelvas esta noche». Al leer aquellas palabras, que me parecía oírlas de su propia voz, volvió a mí la fuerza de la sangre y, estremecido por el deseo, me eché a la calle sin quedarme a comer, aun sabiendo que el local no lo abrirían hasta las ocho o nueve de la noche. Estaba exaltado, nervioso, deseando vivir un nuevo encuentro.
Pero mientras paseaba esperando una hora prudencial para ir al cabaret, me asaltó un pensamiento molesto, que fue tomando cuerpo y que me llenó de confusión y contrariedad: la idea de que iba a romper el encanto de mi primera noche con Isabel. Que al volver y «comprar su cuerpo» con aquel dinero, que además era suyo, sería como tomar conciencia de que era una prostituta y que yo la iba a prostituir aún más, como un cliente cualquiera, y a ensuciar y hacer trizas un hermoso recuerdo que quería y debía conservar con toda su pureza y su ternura.
Pero otra vez me abrasaba el deseo y mi imaginación se encendía recordando la noche que pasamos juntos. Y cuando estaba dudando con esos pensamientos enfrentados pasé por delante de una floristería y casi sin pensarlo, con un impulso instintivo, entré y le dije a la vendedora: «Póngame quinientas pesetas de flores».
La mujer me miró sorprendida: «¿Quinientas pesetas?».
-Sí, sí, quinientas pesetas, escójame las mejores flores.
Empezamos a elegir y formamos un ramo majestuoso, donde se mezclaban las orquídeas con las magnolias y las rosas.
Me parecía inadecuado, ridículo sobre todo, llevárselo al cabaret donde ella trabajaba y ofrecérselo en aquel ambiente. Tomé un taxi, me dirigí al hotel donde pasamos la noche, en la calle Echegaray, y dejé en la recepción el ramo de flores y una sencilla nota que decía: «Para Isabel, mi primer amor».

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Publicado por evarobles.es

"Sonríe para estar bien, no porque estés bien", Eva Robles Eva Robles Jiménez, empresaria, editora, periodista, escritora, formadora y conferenciante motivacional. Presenta el magazine matinal en directo“Todos en Libertad” de lunes a viernes de 9 a 12 horas y de 14-15 hora lidera tertulias orientadas al emprendimiento, empresa, ocio, cultura segura y entretenimiento en Libertad Fm. Autora del libro ¡Es urgente sonreír! Un paseo por la felicidad entrenando sonrisas (Editorial Lo que no Existe) Fundadora y CEO de la revista vaguada.es y con su marca personal @evarobleses y @entrenadoradesonrisas. Blogs:.evarobles.es y entrenadoradesonrisas.com Docente en cursos de comunicación, dicción y locución en radio para el Ayuntamiento de Madrid. Curso de producción editorial y relación e interacción con los medios de comunicación. Conferenciante de éxito y formadora a nivel ejecutivo sobre desarrollo personal, enfoque positivo, motivación y gestión de equipos. Materclass de comunicación/branded journalism en Universidad San Pablo CEU. Voluntariado en el Hospital 12 de octubre en salud mental adolescentes. Creadora de los Galardones Grupo Vaguada y el Record Guinness de las Pilares en Madrid. Prensa Premios Naranja-Limón, Global Gift Gala de Eva Longoria, entre otras. Galardonada con una Antena de Plata por las Asociación de Radio y TV (2004), premio a la mejor web por vaguada.es (2007) por CLABE en el 2014 le reconoce como Editora del Año. • Premio reconocimiento a la labor informativa radiofónica por la Policía Municipal de Madrid 2019 • Premio Comunicación Empresarial por ASEME (Asociación Española de Mujeres Empresarias) 2020.

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