Fue toda una revolución en mi casa, con 19 años me puse a salir con un divorciado. Todo fue porque mis amigas a esa edad, con las que siempre había salido ya estaban emparejadas, y entonces apareció él que ni siquiera me acuerdo como se llamaba, ah sí… José, se llamaba José.
Claro mis padres no querían que saliese con él por nada del mundo, pero es que él insistía mucho, y además era muy teatrero, bueno se me declaró al salir de una discoteca a la luz de la luna llena, recitándome un precioso poema compuesto por el mismo. NO tuve más remedio que decirle que SÍ. Además todas mis amigas ya emparejadas me decían que me quería mucho, que estaba muy bien situado, que no podía dejarle escapar.
Total que de tanto insistir unos y otros me puse a salir con él, porque sino tenía la sensación de que me quedaba hasta sin amigas. Pero, según iba pasando el tiempo, yo no me sentía a gusto, tenía una sensación de agobio, pero por otro lado no podía dejarle, era algo muy raro.
Entonces la solución vino de parte de mis padres que me mandaron a estudiar a Alemania tres meses, y cuando volví, ya no quedaba nada de nada. De hecho yo volví a mi vida normal y fíjate que me ha costado hasta recordar su nombre. Al final, conseguí rescatar a una amiga mía que acaba de cortar con su novio para poder salir por ahí, hija, es que antes estaba muy mal visto que las mujeres saliésemos solas, ahora todo es distinto.
Yendo hacia la discoteca, un coche nos hace las largas y nos detuvimos, ya que mi amiga me dice que es un amigo de su reciente exnovio, nos sigue a la discoteca y me lo presentan, mi amiga me dice después que siempre que salía con su novio y con este su amigo, a ella casi le hacía más tilín éste, pero que claro si era el mejor amigo de su ex, que no iba a tontear con él. Ahí quedó la cosa, porque a mi Valentín me cayó fatal esa primera vez que nos presentaron, ya que no fue muy amable, bastante chulo por cierto, va y nos dice para despedirse, “bueno, si me queries volver a ver, me llamáis”, a mi eso me pareció de un chulo que vamos.
Peor, fue la siguiente vez que nos encontramos de nuevo en la discoteca, yo bailaba, sin parar, como siempre, y de pronto me tocan en el hombro, y me giró y ahí estaba él… no se que pasó que le vi de otra manera a la primera… pero, de nuevo soltó otra chulería y me recordó el primer encontronazo… y ¡puaj!, me giré y seguí bailando haciéndome la sueca.
Pero, había algo en el caprichoso destino que estaba empeñado en unirnos… Fue en una cafetería. Apareció, como siempre, sin que nadie le invitara. Y de pronto comenzó a hablar de Venecia. Me caía fatal, le odiaba, le veía un prepotente, un gilipollas… pero ese día, no se que pasó, comenzó a hablar de los puentes de madera de Venecia, era ingeniero de caminos… y me encantó cómo hablaba, me quedé como hipnotizada con su narración.
Al irnos de allí, le dije a mi amiga,
– ¿Sabes que me ha pasado un flash, que me caso con el ingeniero y me voy de viaje de novios a Venecia?.
– -¡Puaf!, con lo mal que te cae y lo que le odias…
– – Pues, no se me ha venido una cosa así… que no se cómo explicarte, que te digo yo que…
Y así pasó el verano con salidas para acá, para allá, pero no sola con él, sino en pandilla… y es que me lo encontraba en todos sitios, era algo inaudito. Seguro que si quedáramos a posta, no me lo hubiera encontrado tantas y tantas veces.
Llega octubre y me dice que le trasladan a Madrid, y yo pienso para mi, pues nada, se pasará no sería éste y de pronto un día me mira a los ojos y va y me dice, con su chulería insoportable.
– “Chata, ¿cuándo puedo ir a conocer a tus padres?”.
– ¿para qué?, pregunto yo.
– Porque yo quiero formalizar la relación.
– Ah, pues yo pregunto…
A mi ya me gustaba, tanto va el cántaro a la fuente, y la verdad es que me seguía sacando de quicio, pero a la vez me ponía mogollón esa seguridad que derramaba, esa chulería, mezclada con caballerosidad. Estaba enamorada, pero, no para dejarlo todo, así como así, por él. Pero el lo tenía muy claro, el tenía 33 y yo 23, era su momento de casarse y fundar una familia, y me eligió a mi. Vino a conocer a mis padres, y les dice, que la semana siguiente que el se va a Madrid, que me quiere llevar a que me conozcan sus padres, y fuimos a Madrid.
A su madre le caí fenomenal, pero su padre desarrolló un odio repentino hacia mi, con lo que, mi ingeniero, dijo un día de repente “nos casamos”, y vaya que si nos casamos, yo estaba totalmente, flaseada, solo seis meses de novios, se me hacía todo muy cuesta arriba, que iban a pensar mis padres después del divorciado… ¡madre mía!. Pusimos fecha de boda para febrero de ese año siguiente, y yo en realidad estaba aterrada…
Me sentía como en una noria, que daba vueltas más rápido de lo que yo podía soportar, tuve un par de episodios de taquicardia, así es que bajamos el ritmo. Tras dos años de novios, nos casamos, también por febrero y por supuesto fuimos de Luna de Miel, como yo había pronosticado, a Venecia. Al fin mi ingeniero me pudo contar en vivo y en directo cómo son los puentes de madera de esa bella ciudad y todavía hoy en día, cuando nos quedamos solitos al pie de la chimeneita en casa, los viernes, que los niños se van por ahí, le pido que me cuente de nuevo cómo se construyeron esos preciosos puentes.