Os cuento la historia de una buena amiga mía, «Y»… que me ha mandado por mail un bello relato de primer amor.
“Me casé muy joven, de ese matrimonio nació mi niña Fabiola. Cuando miro atrás en el tiempo y analizo mi vida, me doy cuenta que mi matrimonio fue realmente una escapada de casa. Mis hermanos de distintos matrimonios de mi madre, jamás dieron píe a que se formara una verdadera familia, además al ser la hermana mayor y mi madre pasar todo el día fuera de casa, yo me convertí en un pequeña mamá que cuidaba de sus hermanos.
Los primeros años de mi matrimonio fueron perfectos, la sensación de libertad de tener mi propia casa, mi hija, eran muy reconfortantes, ya no tenía que cuidar de mis hermanos, ahora tenía mi propio hogar para cuidar de él. Mi esposo era un buen hombre y nuestra vida era feliz, o al menos así la recuerdo. Un día por la mañana, estando de compras en el supermercado en la cola de la frutería conocí a un hombre. No se que fue lo que ocurrió, solo que cuando me quise dar cuenta me encontraba con el en su apartamento y no parábamos de comernos a besos. Jamás había hecho algo así, sin conocerle, subirme a mi casa y terminar en su cama. No se que fuerza me arrastró a hacer eso. Me sentía tan culpable, tan mal, tan sucia… pero no había podido hacer nada para evitarlo.
Me fui para mi casa pensando que se trataba de un desliz. Ese día traté de seguir mi rutina, fui a recoger a Fabiola al colegio, la di de comer, la volví a llevar al colegio, preparé la cena… Y aunque intentaba olvidar lo sucedido, no había manera de quitarme al hombre de la frutería de mi cabeza. La gran ventaja de esta situación es que no tenía su contacto, no tenía su teléfono, solo sabía donde estaba su apartamento, ni siquiera sabía cómo se llamaba… tenía que hacer como que nada había sucedido y debía seguir con mi vida. Un desliz, se trataba de un desliz y nada más.
Y así fue durante unos meses… hasta que de nuevo, otra mañana de compras, al doblar la esquina de la zona de lácteos me di de bruces con él. Me abrazó, me besó, me pidió que me escapara con él a otro lugar, me contó que desde el día de nuestro encuentro, había ido todos los días al supermercado con esperanzas de volverme a encontrar. Intenté calmarle, pero no lo conseguí porque yo me sentía exactamente igual que él, me había ocurrido exactamente lo mismo. En mi foro interno sabía que mi matrimonio no funcionaba, pero ¿y si este hombre era un capricho pasajero?, no podía renunciar a todo e irme, abandonar a mi hijita… no podía dejar todo por él, ¿o sí?… estaba tan enamorada…
Perdí totalmente la cabeza, en cuanto dejaba a la niña en el colegio, me iba con él a pasar toda la mañana en su apartamento. Decidí que esto no podía seguir así… y un día se lo confesé a mi marido. Se dio media vuelta, se fue a nuestra habitación, dio un portazo y no dijo nada. Al día siguiente llegó a casa y me dijo que preparara las maletas que nos mudábamos de la ciudad, había pedido un traslado en su empresa, ya estaba todo arreglado, nos íbamos. Agaché la cabeza, hice las maletas y me dirigí a mi nuevo destino. Pero, no sirvió para nada, a pesar de los 700 kilómetros que mi marido había puesto entre los dos, seguíamos en contacto, por carta, por teléfono, Fran venía a verme… nos encontrábamos en la mitad.
Te preguntarás porqué no pedí el divorcio, sencillamente porque no existía. Al final me tuve que escapar, y volver a Bilbao con él, tuve que dejar a mi niña, eso fue lo más duro, pero… es que ya no sentía nada por mi marido, vivía en un infierno, porque estaba obligada a vivir con alguien al que no quería. Fran me dijo que me escapara con él, que volviera a Bilbao, sino me iba a volver loca, me prometió que lucharíamos por lograr la custodia de Fabiola.
El tiempo pasó, yo vivía escondida en mi propia ciudad, apenas salía de su apartamento, porque mi marido tenía mucha gente conocida en Bilbao y si me descubrían y me denunciaba podría ser terrible. Ni que decir tiene que mi familia jamás me apoyó ni sabía nada de mi, ni siquiera vinieron a verme cuando me detuvieron por abandono familiar, solo estuve unas horas ya que Fran pagó una fianza.
Cuando la desesperación llegaba a un punto insostenible de pronto, todo se solución, mi marido me dio la carta de libertad, y recuperé a mi hija. El divorcio llegó a España, y mi marido por fin se dio cuenta que no le amaba. Fueron dos años duros, pero al final el amor puede con todo. Gracias a mi gran amiga, “Y”, la única que me queda, ya que todo el mundo se puso en contra de mi, obtuve un testigo para el divorcio y ahora tengo a mi lado a un hombre que me ama y al que amo, mi niña Fabiola, y un precioso niño que nació a los dos años de obtener el divorcio. El amor todo lo puede. Mi marido entendió que yo no le amaba de veras, que me casé para salir de casa, que no era mi amor verdadero. Hace unas semanas nos volvimos a encontrar, y el me reconoció, que el día que le conté que había estado con otro, se fue sin decir nada, porque el en realidad sabía que el amor hacía mucho tiempo que se había acabado entre nosotros, pero que su orgullo de macho le impedía reconocerlo. Me pidió perdón y se alegró por mi, porque fuera feliz, y por tener el valor de luchar por el amor que de verdad quería.