“Tenía unas formas increíbles… no había nada en el mundo que me gustara más. Tenía una forma de hacerme feliz, que nada ni nadie me ha hecho sentir así nunca, era tan especial”… me confesó A, esta vez mi gran amigo, y como no, compartiendo mesa.
“Tuve una infancia muy muy complicada, era un niño muy débil, mucha gente me ha dicho que quizás de ahí es donde venga toda esa sensibilidad que desarrollé para dedicarme a la música”. Entonces, le pregunté yo, ¿lo de las formas increíbles?. “Muy fácil, se trata de mi guitarra, la única, la verdadera, me ha seguido a todos sitios, siempre va conmigo. Date cuenta que hasta los 14 años yo estuve interno en un convento de monjas de clausura. Mi único punto de fuga era la música.
Hijo de guardia civil, mi vida se desarrolló de casa cuartel en casa cuartel, a los 6 años cogí unas fiebres muy fuertes, y casi me muero, estuve más de tres días clínicamente muerto, yo recuerdo ese tránsito de la muerte a la vida, y de la vida a la muerte. Nadie sabe que fue lo que me salvó, el caso es que mira, aquí estoy.
A mi madre le dijeron que o se muere, o se queda inválido total o parcial, pero tras tres días de la muerte cerebral, me desperté y les dije a todos: “¿qué pasa?, ¿qué hacéis aquí?. Me levanté y me puse a jugar. Tuve más episodios de enfermedades así, sin explicación, de hecho en la enfermería del cuartel tenía hasta mote, el “Bartolillo”, me llamaban los militares.
Pero, al final saqué adelante mi vida, lo del internado me lo pagaba yo con una beca que conseguí y terminé ahí el bachiller, yo era una persona profundamente religiosa, el tema de la relación con mujeres no me llegó hasta bien entrados los 24 años. Hasta entonces estudiaba y trabajaba para sacar adelante mi profesión, mi vida, mi amor: la música.
Me considero un mal músico, pero un autentico showman. La etapa del grupo pasaron muchas mujeres por mi vida, ya sabes, sexo, drogas y rock & roll. Pero, no recuerdo, un amor que me marcara lo suficiente como para considerarlo el primer amor que tú buscas, a lo mejor se me pasó el arroz, con la vida de tanto sacrificio y desconsuelo que llevé en la infancia.
No tengo recuerdo ni de un nombre, ni de una cara, solo que de vez en cuando soñaba, en el internado, que algún día saldría del colegio y había una mujer que me daba cariño y cuidaba de mi, me despertaba sudoroso porque no estaba, claro todo era sueño. El refugiarme en la música fue mi salvación, fue mi primer gran amor, sin ella no se que hubiera sido de mi.