GINEBRA, la princesa de Leonis se me antoja como una mujer que le tocó vivir dos primeros amores. Allá en los tiempos del medievo en el que los matrimonios se pactaban entre familias nobles, entre casas reales, dónde ellas y ellos se veían obligados a elegir lo ya designado desde la cuna. No podían dejar que su corazón decidiera, eso era privilegio de la plebe. Al menos, viviendo en la miseria podían elegir con quién compartirían su amor, su vida, su descendencia.
La historia de Ginebra de Leonis, comprometida con el Rey Arturo, sí, ya sabéis el de la tabla redonda, se ha versionado en infinidad de filmes, pero yo en este mi blog, me quedo con la versión, de la película de «El Primer Caballero». Ginebra, para que su pueblo quede bajo el amparo del Rey Arturo, y lo proteja, se dirije a Camelot para casarse con él. En el camino, aparece Lanzarote, que también la protege de caer en manos de unos forrajidos.
Y ahí empieza toda la historia de los dos primeros amores, ella tendrá que decirse, entre el amor que la conquista el corazón y aquel que le impone la razón. En su responsabilidad de regenta de su pueblo deberá abrazar su destino junto al Rey Arturo. Pero, su corazón, se vuelca ante el encuentro con Lanzarote, el caballero, el joven, el que la ha mirado a los ojos, ha intentado robar un beso sus labios y la la guarecido de peligro y bajo la lluvia la da de beber de las hojas del árbol milenario.
Lazarote, el que no teme nada porque nada tiene que perder, le pide: «Ginebra, olvidad al mundo entero e idos conmigo». Pero, a pesar de lo rebelde, de lo insalvable, de lo irracional que pueda parecer este primer amor, Ginebra reclina la oferta del valeroso Lanzarote, ante la responsabilidad de salvar a su pueblo Leonis. Y Arturo, se ve eclipsado por la intención de Lanzarote, «habeis arriesgado la vida por otro, no hay amor mas grande». Le dice al descubrir que ha salvado a su amada por segunda vez. Pero, cuando Lanzarote decide abandonar, decide irse, y dejar a su amor, a Ginebra, para que cumpla su destino, ya que sabe que nunca dejará a su pueblo, le pide como despedida el beso que le debía. En ese momento Arturo les descubre, pero, no es el beso, no es la calidez del momento, no es la cercanía de los cuerpos, no es la traición que implica el hecho…
Es que ve en Ginebra una mirada de amor que nunca había visto cuando le miraba a él. Arturo hasta ese momento había mantenido la ilusión de que a pesar de ser un matrimonio pactado, Ginebra se había enamorado de él. Pero, cuando se muestra ante sus ojos, el primer beso de amor de Ginebra con Lanzarote y se cruza la mirada de ella con la del rey, comprende que el corazón de ella siempre pertenecerá al joven caballero y no al anciano valeroso salvador de Leonis. La pleitesía que ella le rinde se tambalea ante el amor que su corazón se empeña en sentir sin más remedio.
Sublime el final en el cual se decide con quien se irá Ginebra, pero eso no lo desvelaré, el que ya la haya visto ya lo sabe… y el que no ya sabe, «el primer caballero», se la recomiendo…
¡Hasta mañana!