Tras dejar París atrás con la historia de Cocó Chanel, Guanajuato, en México, será nuestro próximo escenario de leyenda de amoríos. Ciudad de pasado minero, que por sus riqueza, se contaba que era completamente de oro y plata, y ciertamente desde el alto que gobierna la ciudad cuando se pone el sol, las fachadas y tejados relucen tanto que así pareciera. Pues, cuenta la leyenda, que allí en la ciudad de los tesoros, se escondía un primer amor en un callejón, tan estrecho que facilitaba a los amantes el encuentro.
“El Callejón del beso”, como la historia nos lo ha dado a conocer hoy en día, se sitúa en el casco antiguo de Guanajuato. Es eso, un callejón, estrechito, angosto, no más de un metro de ancho, 68 centímetros para ser exactos, por lo que los balcones de las casas que alberga parecen tocarse. Allí en uno de esos balcones un día muy lejano el amor se encontró en las pláticas de dos amantes, unidas sus almas, separados sus orígenes sociales, que por aquel entonces importaba más que todo el amor de mundo que se profesaban.
Ana, hija de ricos mercaderes españoles en un balcón, en el de en frente, un pobre minero de Guanajuato, Carlos, escondían su amor clandestino. El le recitaba bellos poemas de amor a su amada, acariciaba sus mejillas heladas de frío en invierno y acaloradas en verano. Soñaban que salían de allí, que volaban lejos, en un lugar donde no importara el origen social de cada uno, donde no fuera imprescindible ser o no ser de qué o quién. En aquellos siglos, rondaba el XVI, no se podía dar el casamiento de ciertas clases sociales con otras de inferior categoría, y sobre todo el tener una hija significaba poder obtener un orden jerárquico mayor dentro de la escala social. Ana, estaba prometida a un viejo y rico noble español, la historia de amor con Carlos era del todo imposible.
Carlos, sin poder evitar el ver a su amada todas las noches adquiere una habitación justo en frente, a precio de oro, pero el amor no tiene precio. El balcón solo le separaba de ella, 68 centímetros, ¡tan poca distancia, para tanto amor!. El padre les sorprende una noche y jura matarles si vuelve a presenciar tal encuentro.
Y ellos siguen encontrándose al amparo de la oscuridad que ofrece la noche, compartiendo su amor, sin condición, sin rendición. Y una noche de luna llena, entra el padre en la habitación de Ana, desatado, violentado por la desobediencia de su hija comprometida a mayores designios monetarios que los del pobre minero. La dama de compañía, Brígida no consigue detener al padre que alzaba la daga en alto y la clavó sin compasión en el pecho de Ana, acabando con su vida directamente en el corazón.
La daga del orgullo, del ansia de poder, de la posición social se clava en el corazón de su hija, arrebatándole la vida frente a los ojos de su amado. Ana yacía muerta mientras una de sus manos seguía siendo posesión de la mano de Carlos, quien ante lo inevitable sólo dejó un tierno beso sobre el dorso de su mano, el único y el último beso. Raudo y veloz dirigió sus pasos hasta la mina de “la Valenciana”, donde se quita la vida, ya nada tenía sentido sin ella.
¿Los Romeo y Julieta mejicanos?, seguro. El padre de Ana no supo lo que hacía al romper este amor de forma tan trágica, ya que lo convirtió en eterno, consiguiendo que perdurare hasta nuestros días. Hoy todas las parejas, amantes, matrimonios… de enamorados que pasean sus destinos por Guanajuato se juran amor eterno en los peldaños amparados por el balcón donde ocurrió el último beso de la pareja de amantes furtivos. Toda pareja que acuda al lugar ha de besarse allí para llamar a la felicidad por siete años, sino serán penalizados con siete años sin amor. Y ha de ser justo en el tercer escalón, empezando a contar por abajo, justo bajo los balcones de los amantes.
Los chavales de la ciudad, cual trovadores del siglo XXI, versan la historia de amor para los turistas para sacarles una monedas. En mi visita a la ciudad me contaron los tipos de besos que se profesaban Doña Ana y Don Carlos, “La MONAQUILLA, besar y besar hasta tocar la campanilla”, o el “JAULA, con todo y pajarillo dentro”, o “el ARABE, saliva va, saliva viene y con la lengua se entretiene” o “el PALETA, chupar y chupar hasta llegar al palito” o el “POLICIA con la macana agarrada a la mano”.
La tuna que pasea sus cánticos por la ciudad, también cuenta el amor de la rica española y el pobre minero, y dedican sus canciones o “CALLEJONEADAS” en honor de Doña Ana y Don Carlos. Los amantes eternos por siempre jamás, a pesar de la daga injusta de la codicia.
P.D: Si navegáis buscando esta historia de amor en Internet, encontraréis distintos nombreS para los amantes, pero, yo estuve allí, en el callejón, y el nombre que repetían los niños que contaban la historia eran los que cito en mi historia. Aunque pienso que en realidad, no importan los nombres, sino el relato de amor verdadero, que os he traído hoy
¡Hasta mañana!